El título de la entrada es un dicho habitual que viene a significar que uno, aunque debería ser imparcial y simula cierta neutralidad, ayuda de un modo u otro a una de las partes en una disputa.
Allá por mediados del siglo XIV, Pedro I el Cruel y Enrique II, su hermanastro, lucharon por el trono de Castilla. Batallas, traiciones y alianzas estaban a la orden del día y así cada uno buscaba acabar con el otro, lo que significaría sentarse en el trono de Castilla para Enrique.
Según se cuenta, ambos hermanos se encontraron cerca de Montiel, en Ciudad Real, rodeados de sus partidarios. El encuentro derivó en pelea y las espadas salieron de sus vainas. Los partidarios de Enrique acabaron con la vida de Pedro. Esta frase se atribuye a aquellos caballeros que ayudaron a Enrique a ponerse al frente de Castilla cuando el rey era Pedro.
Otra explicación de esta historia, también medieval y castellana, sitúa a El Cid cercando el castillo de doña Urraca en Zamora. El de Vivar había estado enamoriscado de doña Urraca, lo que no evitó que El Cid se pusiera del lado de su señor don Sancho de Castilla en la toma del castillo. Los zamoranos y su reina le afearon esta conducta a El Cid, ya que además había vivido parte de su vida allí. Frente a estas palabras, cuenta la leyenda que El Cid respondió con la frase que nos ocupa.