Se dice que alguien se va por los cerros de Úbeda cuando empieza a divagar en la conversación o intenta evitar responder a una pregunta concreta llevando el tema hacia otros derroteros.
Se cuenta que el origen del dicho se sitúa en los días en los que el rey cristiano Fernando III se preparaba para asaltar el fortín musulmán de Úbeda, ubicando a sus caudillos en las diversas lomas que rodeaban el enclave. Uno de esos caudillos era un tal Álvar Fáñez, que no conviene confundir con el llamado “Minaya”, buen amigo del Cid Campeador y vasallo del rey Alfonso VI de León, puesto que éste murió en 1065 y la conquista de Úbeda se fecha en 1233. Parece que el segundo Álvar Fáñez, mientras esperaba la orden de ataque se dio un paseo por los alrededores y quiso su fortuna que en un riachuelo encontrara a una mora bañándose en sus propios cueros. Comenzaron los requiebros y chicoleos del cristiano a la infiel y de una cosa se fue pasando a otra para que, como de resultas, llegado el momento del ataque Fáñez estuviera a otra cosa mariposa. El envite bélico fue finalmente favorable a las tropas y mesnadas cristianas, pero el rey quiso saber por qué su subordinado no había estado donde debía estar en el instante que había de ser. Éste, requerido a dar una explicación convincente a su señor, se limitó a decir: “Anduve por esos cerros, Señor” (¿será una ucronía?)
Desde entonces el irse por los cerros de Úbeda equivale a salirse por la tangente, aunque en la ciudad que hoy pertenece a la provincia de Jaén no hay mejor tangente que el condumio y deguste de una gastronomía típica de frontera, que no en vano la zona fue durante siglos el limes entre el norte cristiano y el sur musulmán.
De obligada cata son allí los ochíos, panecillos de pimentón rellenos de morcilla en caldera; los potajes de garbanzos con acelgas o de habas con berenjenas; la ensalada pipirrana o la de naranjas con aceite de oliva y cebolleta; los garbanzos mareados o morrococo, que es la variante española del hummus mediterráneo; los guiñapos o andrajos, un guiso de tortas de harina con sofrito de tomates, cebolla, ajos y pimiento, amenizado con bacalao, liebre o conejo; y las tortas domingueras. Todo ello como un reto para “ponerse como el Quico”, que es dicho, dos por uno, referido a un gitano que en los años cuarenta de las pertinaces sequías y del hambre canina se embauló una inmoderada cantidad de gamas y hubo de ser conducido de urgencia al hospital. Apunte final que por otra parte no deja de ser un irse por los cerros de Úbeda.